PRESENTACIÓN: Temporada en Brighton o la tierra de los afectos tristes
9:46 p.m.Estamos en el Bósforo, lugar curioso ya que constituye el límite entre
dos realidades, ya que de alguna manera es el desfiladero de los
antiguos, el fin oriental del mundo. No es casualidad entonces que Temporada en Brighton
comience a unos tres mil kilómetros de Brighton. Así esta novela inicia
en el kilómetro cero de los exilios, donde aún hay oportunidad para
enmendarse y para volver a dar con el sentido de la vida, extraviado
alguna vez como un documento oficial sin el cual viajar se vuelve algo
más que imposible. Carlos Alvarado consigue desde las primeras páginas
de su libro dominar los elementos, ofrecernos un ambiente cuidadosamente
climatizado en el que lo marítimo surge como el sustrato de la historia
ya que ésta es una historia de rutas, de visas, de tiquetes aéreos e
itinerarios. El mar, el aire y el polvo son, pues, en Temporada en Brighton,
las líneas torcidas sobre la que un destino balbuceante lleva a sus
protagonistas al encuentro con la verdad, con el terror, con sus
fantasmas y, posiblemente, con ese punto sereno, desacelerado, en el que
la fiebre por escapar y la urgencia por reconstruirse terminan.
Uno se adentra en Temporada en Brighton y de pronto se tiene la
impresión de que es una novela sobre el miedo. Sobre sentirse en
perpetua observación por parte de la muerte, de los enemigos, de los
viejos errores, de lo frágil de nuestros planes. Pero decirlo así no
más, de forma tan superficial, no sería justo para con la elegante
complejidad de este libro. Esta es una obra con la cualidad de ver hacia
atrás y de ordenar el tiempo en la más definitiva de sus formas, la del
pasado: origen del placer tanto como del dolor que nos rodean hoy.
Parece partir de un modesto principio: imposibilitado para cambiar lo
hecho, el hombre debe al menos ordenar sus atrocidades. Y qué mejor
escenario para hacerlo que el plano de lo itinerante, del ir y venir
bajo la enorme piedra del molino de la cartografía. En Temporada en Brighton el ser inmóvil no tiene derecho a la esperanza.
No es difícil imaginarse la Brighton turística: el clima oceánico, el
frío lacerante, el casi perpetuo domo plomizo que ha de cubrirla. De
entrada, todo suena muy bien, muy british. Pero la Brighton del libro de
Carlos Alvarado poco a poco empieza a convertirse en una de esas
ciudades imaginarias, en una Innsmouth, en un vórtice de ladrillos y
dudas que no deja de crecer y que plantea en sí una amenaza para el
ánimo de los personajes que la habitan o la visitan, quienes al
atravesarla, al vagar por sus calles, sufren fuerzas contrarias que casi
los despedazan. Aquí parece que en Brighton las brújulas dejan de
funcionar como afectadas por poderosos campos magnéticos: Abel, Amira y
Justo quedan a la deriva en una especie de milagro mezclado. Para uno es
la oportunidad de presenciar el desenlace más liberador y, a la vez, el
más temible; para la otra, la latencia, el riesgo de ser acechada por
la casualidad en su propio laberinto; y para el último, el largo día en
que decidirá si continúa en las sombras o si se revela como la voz y el
rostro de una causa. Brighton es, para todos, el Purgatorio.
Una notable cualidad de Temporada en Brighton es que en su
urdimbre hay trazas de detectivismo. Aclaro que la intención de Carlos
Alvarado no es perseguir a Hammett o a Chandler (el crimen, como
componente vital de la novela negra de raza, no existe en esta novela).
Pero sí se perciben los mecanismos propios de la investigación y la
consecuente zozobra que surge cuando el personaje principal emprende su
misión –una misión casi a ciegas- impelido más por la necesidad que por
gusto. Hay entonces una leve evocación a la vieja novelística de
misterio e intriga pero lo más apreciable quizá es que logra en momentos
cruciales transportar al lector al vitalismo y al desenfado de la
narrativa como escape al agobio, al sufrimiento y a la marginalidad.
Pequeña y borrosa, al fondo de una cámara oscura, se observa a la
Brighton de Abel como una París accesoria en la que se puede vivir bien
o, mejor dicho, estar de paso relativamente bien aunque lo impredecible
llueva y nos mojemos todos.
Brighton es también un manicomio. Uno que confiere humanidad. Uno en el
que curarse no interesa tanto como sí el intercambio justo de pavores y
pesadillas. Es, Brighton, un sanatorio a cielo abierto cuyas gaviotas
terminan limpiando la carroña de la mente, despejando la bruma de los
ojos. Cuando Abel se desdobla, se escinde, y nos ofrece “El monólogo de
Paul Gaspillé”, confirmamos que la terapia brightoniana funciona y que
para dicho personaje inicia una salvífico proceso de autodescubrimiento.
Uno diría entonces que, fuera de Brighton, “todo es intemperie”. Salir
de aquel sitio significa volver a la salmuera cotidiana de informes,
cálculos y adversidades que nos reduce poco a poco a una mera
estadística. Dispondrás de tus bienes, de tus pequeñas revoluciones,
incluso de tu fama o de tu éxito pero, como en el Boulevard de los sueños rotos, todo es prestado, a tal punto que aquella sentenciosa lección de “aprovechá el tiempo” debería ser resignificada.
A fin de cuentas, es imposible quedarse en Brighton. Es insostenible. La
vida real apremia. La metáfora se ha completado: es menester abandonar
la isla y regresar al continente (lo que bien podría significar dejar
atrás las horas de iluminación para volver a tierra firme). El dolor que
se experimenta al reasumir los pálidos compromisos continentales es
llevadero pero constante, casi eternizado en la banalidad. Ha quedado
abierta oficialmente una ventana hacia la redención pero, ¿por cuánto
tiempo? Sin lugar a dudas estamos ante una novela escrita con esmero y
eficacia, pero sobre todo con una generosidad y una honestidad creativas
muy conmovedoras. Su autor asume el riesgo de expandir los temas y los
escenarios de la novelística nacional sin abandonar nunca su origen: se
soporta en la universalidad y desborda nuestras fronteras físicas pero
su voz es eminentemente costarricense. El análisis, el cuestionario
sobre el tiempo, sobre el azar y la esperanza que subyace en Temporada en Brighton, nos es común a todos, en tanto todos podemos preguntar y todos podemos responder.
Alfredo TREJOS.
Cartago, junio de 2016.
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